Juancho



Aquella mañana, donde a puras penas intentaba resplandecer el sol, comencé a preocuparme, pues de mi ligero viaje, no había traído ningún abrigo. Circulaba una ligera brisa. Corriendo se acercaba rápidamente un niño, con un polo que tenía agujeros por doquier, un pantaloncito, los pies descalzos; pero con una sonrisa contagiante de oreja a oreja, esas sonrisas, que te recuerdan que los sueños muchas veces se hacen realidad y que todavía hay muchas esperanzas.

Curiosamente se sentó a mi lado. Le dije un hola diminuto. Él me dijo otro hola, pero angelical. Le pregunté cual era su nombre, rápidamente respondió: Juan Oliver; no conocía al angelical chico. Le pregunté: ¿Por qué está roto tu polito? El aludido respondió: Mi mamita dice, que me han baleado ahí. Nuevamente le interrogué: ¿Por qué no lo cose? Para que se vea más bonito. Respondió: No tenemos hilo ni aguja. En confianza me comentó que su mamá lloraba casi todos los días, él no sabía por que lloraba, pero cuando la veía llorar, corría y la abrazaba. Expresó: Yo a mi mamita le doy un abrazo de eses “ñeques”. Los dos dimos unas tímidas carcajadas.

Por las expresiones anteriores y la realidad vejatoria, era la tercera vez que tragaba mi saliva “boca llena” como dice don Jorge. Juancho nuevamente lanzó una sonrisa esperanzada y dijo que quería ser mi amigo, expresé: Encantado Juancho. Le pregunté ¿por qué no jugaba bolitas? Se quedó callado por un espacio, ¡que indiferencia la mía!, lo idóneo hubiera sido que le preguntara si había comido. Pero le pregunté en ese mismo momento. Me dijo que no había nada en su casa, solo abundante agua. Decidí invitarle a comer. Al mirarle comer como dice mi abuelita “mishki mishki”. Mis ojos contenían ineludiblemente lágrimas, que era producto de una mezcla de indignación e intrepidez. Pensaba en esos datos escalofriantes de pobreza que me enteré a través de una carta, que envío un gran amigo a jóvenes lamistas. Pensaba también cuanta gente no tenía que comer en ese momento.

Juancho me comentaba lo rico que estaba la comida y me advertía una sonrisa, la misma que producía una profunda y noble alegría, entonces nuevamente cavilaba la gran esperanza que existe todavía. Muchos jóvenes estamos tratando de que la pobreza disminuya, tal vez paulatinamente, pero estamos aportando algo, tal vez con dificultades, con vientos turbulentos, pero somos consientes que residimos haciendo algo por nuestro país.

Dicen que la pereza viaja tan despacio, que la pobreza no tarda en alcanzarla. Juancho no es perezoso, Juancho es empeñoso. Es un buen niño que refleja ternura; cuida sus hermanitos menores, teniendo tan solo 6 años, muestra valentía y pundonor para seguir corriendo muy alegre. Yo ruego a Dios que la sonrisa de todos los niños, nunca se terminé por que el día que acontezca eso, yo creo, que ahí, será el fin de todo.